lunes, 28 de noviembre de 2016

Las aventuras de mi mejor amigo

Por Florencia Villegas Maldonado

Él era tan viejo, que sus años ya le pesaban en aquel asilo, en ese rincón de la habitación 24 podías observar a un pobre viejo lleno de historias por contar pero nadie que pudiera escucharlas. Todos los días lo agobiaba la rutina, el tener que levantarse y tener que tomar todos los malditos días un puñado de pastillas era algo muy cansador. Él, tan aventurero y soñador; era ilógico para el señor Wilmor tener que pasar los pocos años que le quedaban de vida jugando al bingo en la sala de un asilo.
Ya harto de toda esa situación decidió hacer a un lado su orgullo y escribirle una carta a sus hijos. En la misma, les pedía por favor que lo sacasen de ese lugar, que si bien era un edificio muy bello, no podía soportar terminar su vida en la sala de un asilo.
Artur Wilmor junto a su esposa Julieta Kilman habían concebido tres hijos: Josep, Usair y Julieta Wilmor, de los cuales ninguno se tomó la molestia de siquiera leer la carta que Artur le había escrito desde el asilo ya que ellos solo contestaban emails. Los tres eran muy exitosos. Josep Wilmor era un exitoso abogado, casi el mejor de la ciudad y sus hijos iban a las mejores escuelas privadas del país. Lo mismo ocurrió con Julieta Wilmor; era una prestigiosa psicóloga y también una destacada pintora; sus dos únicas hijas estaban estudiando en la mejor escuela de Paris.
Por último, Usair Wilmor, era un excelente político, pero él no corrió la misma suerte con sus hijos; a pesar de que él se había encargado de mandarlos a los mejores colegios y universidades del país no alcanzo para su hijo menor, August, el cual con 18 años había caído en las drogas y el alcohol, y como si eso no fuera poco, una serie de delitos que llevo a cabo hicieron que fuera a prisión. Aunque Usair no tardo ni un día en pagar la fianza, no quedo conforme con que su hijo vuelva a las calles a cometer delitos y manchar su apellido. Lo tenía prisionero en su casa; August harto de esa situación decidió comenzar a leer algún libro y para ello fue a la biblioteca de la casa. En esa habitación a la que casi nadie iba, que solo ocupaba el papel de decoración de la enorme casa, August encontró un mundo completamente distinto, lleno de fantasía y realidad, un lugar extraordinario.
Un día, entre papeles del escritorio de la biblioteca, encontró una carta. Y como era muy curioso no tardo ni un minuto en leerla. En ella se encontró con que su abuelo estaba vivo y que necesitaba ayuda para poder concretar su vida de la mejor manera posible. En secreto y sin que nadie supiera de la existencia de esa carta decidió salir de la casa e ir al dichoso asilo. En la sala 24 se encontró con un cuadro desgarrador y penoso. Era un pobre viejo al cual la edad se le vino encima. Artur, sabia de su existencia pero jamás en la vida lo había visto.
Su nieto encontró en él a un amigo, su único amigo. Con el paso de los días, August se dio cuenta de que las historias de su abuelo eran mucho más emocionantes que un libro. Historias de amor, de engaños y mentiras, de fabulosos hechos que le habían ocurrido en su larga vida; también le contó sobre todos los viajes que había realizado y sobre los corazones rotos que había dejado. Y así pasaron tres años… tres valiosos años de escuchar fabulosas historias, con las cuales, como idea de los dos, hicieron un libro con el final más desconsolador de todos, la vida de Artur Wilmor llego a su fin; fue un golpe muy duro para su nieto.
Sus hijos al enterarse de lo sucedido de inmediato se pusieron en contacto y fueron al asilo. Era muy doloroso ver como esas tres personas no le importaba ni un poco el fallecimiento de su padre. Solo querían que el juez leyera el testamento. El juez llamó a los tres hijos de Wilmor; pero todos quedaron boquiabiertos cuando también llamo a August Wilmor. Al entrar todos, el juez procedió a leer el testamento del señor Artur Wilmor:
-“A mis hijos a los cuales amo con toda mi corazón les dejo la casa de México”- leyó el juez. Los tres quedaron completamente en shok.
-¡¿Una casa?! ¿De tantas propiedades que el tenía? Es inmoral este testamento- reclamó Julieta.
-Déjeme terminar con la lectura, si es tan amable señorita- le dijo el juez.
Retomó el juez la lectura del testamento:
-La mitad de mi herencia irá para el asilo: para remodelaciones y todo lo que haga falta para esas maravillosas personas con las cual conviví mis últimos años de vida-.
-¡Es un disparate!- dijo Josep.
-¿Podré seguir con la lectura sin interrupciones?- levantó el tono de voz el juez.
Nuevamente retomó la lectura y ya terminando de leer el testamento se dirigió a August:
-August Wilmor mi mejor amigo, mi compañero, mi nieto, a vos te dejo lo que resta de mi herencia, pero aparte te dejo algo mucho más valioso: un libro con el cual te harás muy famoso, quiero que lo publiques en honor a nuestra amistad. Gracias por hacer que mis últimos tres años de vida fueran mejores que las historias que te contaba-.
Ninguna de las personas dijo una sola palabra, todos se levantaron de sus asientos y se fueron sin diálogo alguno.
August se alejó de su familia, se fue a vivir a una propiedad que le había dejado su abuelo cerca de la playa. Allí tomó contacto con personas para que pueda publicarse ese fantástico libro. Un año después logró finalmente publicar el libro, titulado: “Las aventuras de mi mejor amigo”.
En menos de un mes había vendido un millón de ejemplares y se había vuelto doblemente rico, aunque el dinero es lo menos que le importaba. Él había descubierto un mundo nuevo; feliz de la vida viaja por el mundo entero, y sigue escribiendo para que todas las personas puedan ver su talento.

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