Érase una vez una
hechicera llamada Atira, envidiosa y arrogante. Ella vivía en un tenebroso
reino de nombre Darkness. Atira sentía envidia de Daila, una hermosa princesa
que reinaba una pequeña isla flotante llamada Corazón Verde.
Un día Atira
decidió visitar la isla junto a su más fiel sirviente, Gael. Querían proponerle
a la princesa su belleza a cambio de su reino. Al entrar a la isla Atira se quedó
sorprendida al ver bellas gemas y decoraciones de oro y plata. Un guardia les
dio la bienvenida diciendo:
-Bienvenida oh
reina que viene del lejano reino Darkness, la princesa la espera-.
Daila la esperaba
sentada en un hermoso trono hecho con diamantes y cristales, y Atira sintió
envidia de su belleza. Era cierto Daila era una mujer bellísima y amable. Daila
al ver a Atira dijo:
-¿A qué se debe su
visita?-.
-Estoy en esta isla
porque deseo proponerte algo- respondió Atira.
-¿Qué es?- preguntó
la princesa.
-Dame tu belleza y
te daré mi reino a cambio- respondió Atira.
-¿Solo a eso ha
venido de tan lejos? ¿A proponerme algo ambicioso y malvado?-.
-Si yo obtengo tu belleza,
seré la única, la más hermosa de este planeta al que los humanos saben llamar
tierra- respondió Atira.
-Por ser ambiciosa
mi Dios la castigará, si sólo a eso ha venido quiero que se valla de mi isla
mujer demonio-.
Desde aquella
discusión Atira y Gael fueron castigados y cubiertos por una oscuridad malvada.
Pasaron doscientos años y no se llegó a saber nada de Atira y su reino.
Cada vez que se hacía
de noche Daila se despertaba y bajaba a la tierra a comunicarse con sus amigos
de la noche: grillos, luciérnagas, ranas, aves nocturnas y hadas mágicas. Ella
se había hecho amiga de ellos y cada noche Daila cantaba una canción que la
recordaba a su isla y lloraba de felicidad. Cada lágrima que caía de sus
hermosos ojos azules formaban los ríos y pantanos y estos se convertían en
bellas lagunas dónde sus amigos jugaban con ella. Daila cantaba y sus amigos
compartían su alegría.
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