Por Guadalupe Reartes
Había
una niña de tan solo 14 años que vivía en córdoba, en un pequeño barrio. Tenía
un sueño que era bailar, ser una gran bailarina reconocida por la gente. Ella decía
que nunca lo lograría por su padre, ya que él decía que bailar era cosa de
mujeres de la calle. Lo que él no sabía qué clase de baile le gustaba y hacia
ella, pero su forma de pensar no le dejaba ver cómo eran realmente las cosas. Ella
hablaba con su madre para convencer a su padre
de que la viera una vez por lo menos bailar, pero su madre como siempre
le hacía caso a él y decía que su padre tenía razón.
Ella
por la mañana iba a la escuela y como a veces tenía la tarde libre, a la salida
de la escuela iba a una academia que estaba cerca y veía bailar a chicas de su
edad e imitaba sus pasos. Obvio que no siempre le salían pero los practicaba
hasta que le salieran. Solía llegar a casa tarde y su papa la castigaba pero a
ella no le importaba mucho eso, salía de la escuela e iba a bailar.
Pasaron
así dos años, en los cuales la conocieron en la academia y sabían también cómo
eran sus padres. Con 16 años podían darle una beca para que baile pero lo único
que le pedían para cumplir su sueño de ser una bailarina clásica era la firma de sus padres en esos papeles. Tenía tres meses
para hacer que sus padres firmaran. Trataba de hablar con su madre para convencer
a su padre, pero ella se negaba a ayudarla. Su papa empezó a buscarla al
colegio por sospechas que tenia sobre lo que hacía por las tardes, debido a eso
se le hacia difícil ya bailar en la academia. Estuvo días pensando cómo decirle
a su padre sobre la beca que le daban en la academia, hasta que se canso de oír
a su padre hablar mal sobre el baile de mujeres.
Por
primera vez le gritaba a su padre, le dijo que se callara y escuchara, le contó
sobre la beca, le dijo en qué academia era para que él pudiera averiguar. No quiso
creerle, ni mucho menos averiguar y la echo de su casa. Ella no sabía que hacer,
se fue de la casa y durmió en una plaza. Al otro día una compañera de la escuela la vio, y le contó
todo lo que había pasado con su familia. Su compañera tuvo una idea: grabar un
video bailando para mostrarle a su papá que clase de baile era. Fue a su casa
esa noche; como no quiso hablar por miedo a que su papá la echara, decidió
dejar el video, golpear e irse. Su papa miró el video hasta el final, cuando aparecía
ella diciéndole a su padre: “Eso es lo que hacía, esa clase de danza bailaba, es
lo que me gusta hacer, no era nada vulgar como decías vos. Gracias por
arrebatarme la oportunidad de ser una bailarina conocida como yo soñaba. Cuida
a mama y dile que la amo mucho…”
El
video se cortó. Él, llorando, le decía a su esposa: -¿Qué hice?-. Intentó
buscarla durante tres meses, hicieron la denuncia a la policía y nada. Después
de una semana, llega la policía a su casa notificándoles a sus papas que la habían
encontrado sin vida en la orilla de un puente. Llorando, él y su mujer se
recriminaban por lo que le había pasado a su hija. Tiempo después de lo
sucedido sus padres habían empezado a juntar plata para comprar un pequeño galponcito
que había cerca, para darles apoyo a niñas para luchar por lo que quieren, y
brindarles también un espacio para dormir y comer. El padre con orgullo miraba
el cartel que le habían puesto a ese lugar, que decía. ¡No por miedo a errar
vas a dejar de jugar!
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