Por Florencia Villegas Maldonado
Él era tan viejo, que sus años ya
le pesaban en aquel asilo, en ese rincón de la habitación 24 podías observar a
un pobre viejo lleno de historias por contar pero nadie que pudiera
escucharlas. Todos los días lo agobiaba la rutina, el tener que levantarse y
tener que tomar todos los malditos días un puñado de pastillas era algo muy
cansador. Él, tan aventurero y soñador; era ilógico para el señor Wilmor tener
que pasar los pocos años que le quedaban de vida jugando al bingo en la sala de
un asilo.
Ya harto de toda esa situación
decidió hacer a un lado su orgullo y escribirle una carta a sus hijos. En la
misma, les pedía por favor que lo sacasen de ese lugar, que si bien era un
edificio muy bello, no podía soportar terminar su vida en la sala de un asilo.
Artur Wilmor junto a su esposa
Julieta Kilman habían concebido tres hijos: Josep, Usair y Julieta Wilmor, de
los cuales ninguno se tomó la molestia de siquiera leer la carta que Artur le
había escrito desde el asilo ya que ellos solo contestaban emails. Los tres eran
muy exitosos. Josep Wilmor era un exitoso abogado, casi el mejor de la ciudad y
sus hijos iban a las mejores escuelas privadas del país. Lo mismo ocurrió con
Julieta Wilmor; era una prestigiosa psicóloga y también una destacada pintora;
sus dos únicas hijas estaban estudiando en la mejor escuela de Paris.
Por último, Usair Wilmor, era un
excelente político, pero él no corrió la misma suerte con sus hijos; a pesar de
que él se había encargado de mandarlos a los mejores colegios y universidades
del país no alcanzo para su hijo menor, August, el cual con 18 años había caído
en las drogas y el alcohol, y como si eso no fuera poco, una serie de delitos
que llevo a cabo hicieron que fuera a prisión. Aunque Usair no tardo ni un día
en pagar la fianza, no quedo conforme con que su hijo vuelva a las calles a
cometer delitos y manchar su apellido. Lo tenía prisionero en su casa; August
harto de esa situación decidió comenzar a leer algún libro y para ello fue a la
biblioteca de la casa. En esa habitación a la que casi nadie iba, que solo
ocupaba el papel de decoración de la enorme casa, August encontró un mundo
completamente distinto, lleno de fantasía y realidad, un lugar extraordinario.
Un día, entre papeles del
escritorio de la biblioteca, encontró una carta. Y como era muy curioso no
tardo ni un minuto en leerla. En ella se encontró con que su abuelo estaba vivo
y que necesitaba ayuda para poder concretar su vida de la mejor manera posible.
En secreto y sin que nadie supiera de la existencia de esa carta decidió salir
de la casa e ir al dichoso asilo. En la sala 24 se encontró con un cuadro
desgarrador y penoso. Era un pobre viejo al cual la edad se le vino encima.
Artur, sabia de su existencia pero jamás en la vida lo había visto.
Su nieto encontró en él a un
amigo, su único amigo. Con el paso de los días, August se dio cuenta de que las
historias de su abuelo eran mucho más emocionantes que un libro. Historias de
amor, de engaños y mentiras, de fabulosos hechos que le habían ocurrido en su
larga vida; también le contó sobre todos los viajes que había realizado y sobre
los corazones rotos que había dejado. Y así pasaron tres años… tres valiosos
años de escuchar fabulosas historias, con las cuales, como idea de los dos,
hicieron un libro con el final más desconsolador de todos, la vida de Artur
Wilmor llego a su fin; fue un golpe muy duro para su nieto.
Sus hijos al enterarse de lo
sucedido de inmediato se pusieron en contacto y fueron al asilo. Era muy
doloroso ver como esas tres personas no le importaba ni un poco el
fallecimiento de su padre. Solo querían que el juez leyera el testamento. El
juez llamó a los tres hijos de Wilmor; pero todos quedaron boquiabiertos cuando
también llamo a August Wilmor. Al entrar todos, el juez procedió a leer el
testamento del señor Artur Wilmor:
-“A mis hijos a los cuales amo
con toda mi corazón les dejo la casa de México”- leyó el juez. Los tres
quedaron completamente en shok.
-¡¿Una casa?! ¿De tantas
propiedades que el tenía? Es inmoral este testamento- reclamó Julieta.
-Déjeme terminar con la lectura,
si es tan amable señorita- le dijo el juez.
Retomó el juez la lectura del
testamento:
-La mitad de mi herencia irá para
el asilo: para remodelaciones y todo lo que haga falta para esas maravillosas
personas con las cual conviví mis últimos años de vida-.
-¡Es un disparate!- dijo Josep.
-¿Podré seguir con la lectura sin
interrupciones?- levantó el tono de voz el juez.
Nuevamente retomó la lectura y ya
terminando de leer el testamento se dirigió a August:
-August Wilmor mi mejor amigo, mi
compañero, mi nieto, a vos te dejo lo que resta de mi herencia, pero aparte te
dejo algo mucho más valioso: un libro con el cual te harás muy famoso, quiero
que lo publiques en honor a nuestra amistad. Gracias por hacer que mis últimos
tres años de vida fueran mejores que las historias que te contaba-.
Ninguna de las personas dijo una
sola palabra, todos se levantaron de sus asientos y se fueron sin diálogo
alguno.
August se alejó de su familia, se
fue a vivir a una propiedad que le había dejado su abuelo cerca de la playa.
Allí tomó contacto con personas para que pueda publicarse ese fantástico libro.
Un año después logró finalmente publicar el libro, titulado: “Las aventuras de
mi mejor amigo”.
En menos de un mes había vendido
un millón de ejemplares y se había vuelto doblemente rico, aunque el dinero es
lo menos que le importaba. Él había descubierto un mundo nuevo; feliz de la
vida viaja por el mundo entero, y sigue escribiendo para que todas las personas
puedan ver su talento.